miércoles, 9 de noviembre de 2011

Libertad, Libertad. Libertad, Libertad. Grita Libertad

El pasado viernes 3 de junio, el profesor Miguel Ángel Beltrán sonrió y levantó los brazos en señal de triunfo; luego de dos años de injusto encarcelamiento, sindicado de ser un reclutador de las FARC en las universidades y su diplomático en el extranjero.

Durante ese periodo de tiempo en la cárcel, el profesor Miguel Ángel se defendió con los argumentos propios de un docente: herramientas y conceptos adquiridos durante la formación académica. Para familiares y estudiantes -me incluyo-, la libertad del profe es una alegría inmensa; restituye lo que todos conocíamos desde un comienzo, su inocencia. Para sus colegas- los que venimos de esa hermosa disciplina- este fallo devuelve (un poco) la fe en la justicia; quién esta vez, no tuvo más remedio que hacer caso a la pruebas, o la falta de ellas, y no a las presiones políticas. Su caso es, un indicador más, de los resultados en la seguridad democrática. Así mismo, el profesor Beltrán, al igual que otros pensadores, es un referente de los peligros contraídos por el ejercicio libre de la profesión sociológica. Y su figura, ahora, un hito en la defensa del pensamiento crítico y de su clara persecución en Colombia.

Pienso, que al igual que el profesor Miguel Ángel, la necesidad de comprender el largo conflicto colombiano -para idear soluciones posibles no violentas- me llevo a la Universidad Nacional de Colombia, y allí, escoger a la sociología entre las diversas opciones de conocimiento, y de vida, ofrecidas. Por eso, celebro su libertad como una reivindicación del que hacer sociológico: aplicar conceptos y herramientas científicas para comprender, analizar, explicar, criticar o dar cuenta de los diferentes aspectos que constituyen la realidad colombiana. Como en toda disciplina científica la verdad esta en juego. La validez de las conclusiones depende, y mucho, de los conceptos utilizados y de las herramientas diseñadas para hacer que el fenómeno pueda ser estudiado,  en esa división moderna entre cosa a conocer u objeto y persona o sujeto que lo quiere entender. Por eso, en sociología, la teoría es al mismo tiempo metodología, por que los conceptos determinan, en gran medida, la elección de las formas para acercarse al espacio de realidad que se desea estudiar.

Sin embargo, este debate académico lo realiza el sociólogo en su formación y muy poco conocen de ellos los periodistas, público en general, jueces o policías. Si es difícil intentar contarlo en unas pocas líneas, es mucho más complejo explicarlo a un par de periodistas parcializados por teléfono durante una entrevista radial; en una emisora que reproduce la dramatización mediática de la política, esto es, el establecimiento continuo de ganadores y perdedores.

Muchas veces en el ejercicio cotidiano de nuestra labor (poner en práctica el conocimiento para analizar la sociedad, sus relaciones sociales, las formas de hacer política, entre muchas otras cosas) o como producto de investigaciones, llegamos a conclusiones que para algunos no son buenas o incomodas. Por ejemplo, si estadísticamente observamos que en Colombia hubo una disminución, cuantitativa y cualitativa, en la provisión de derechos básicos como salud, educación, empleo, jubilación, etc. y durante el mismo periodo de tiempo se pusieron en funcionamiento varias políticas de reducción del gasto público y privatización de empresas estatales, sabemos, por lo menos, que estos dos fenómenos se relacionan en algo. Y lo más importante, será nuestro deber decirlo, por eso realizamos un juramento el día que nos graduamos.  Si bien para muchos, un concepto tan abstracto como el Neoliberalismo no llegue a explicarlo todo, si es claro que ese paquete de medidas económicas y políticas nacidas en el Consenso de Washintong, no ayudaron a mejorar las condiciones de la población colombiana, ni mucho menos hicieron algo por terminar con el conflicto armado.

Pocos años después de su nacimiento, el departamento de sociología de la Universidad Nacional de Colombia fue encargado de realizar un estudio que permitiera dar con las causas de la violencia bipartidista que azotó nuestro país, por allá en los lejanos años cincuenta. Orlando Fals Borda, Monseñor Guzmán y Eduardo Umaña Luna, realizan uno de los primeros ejercicios de reconstrucción de la memoria en el mundo. Encontraron que campesinos y habitantes de áreas rurales llevaron a un grado de confrontación violenta la disputa política, y de valores, que tenia lugar en el congreso entre los jefes de los partidos políticos tradicionales. Es decir, mientras en el congreso el debate de los valores partidarios se hacia con intervenciones vehementes y argumentos hostiles que finalizaban con un café a la salida o un cada uno a su casa; en el campo, los seguidores de los partidos traducían en horrorosas  practicas violentas el llamado hecho a defender sus banderas. Si bien es cierto que ningún líder obligó personalmente a un campesino a matar a otro, si desde el pulpito o dirección partidista llamaron a defender los buenos valores por sobre todas las personas o cosas y de todas las maneras posibles. Cuando existe un enfrentamiento político, los líderes de los partidos en disputa son responsables (ellos lo saben, es parte de su Rol) de los actos cometidos en nombre de su partido, al igual que por la omisión, intervención o polarización de las instituciones garantes del orden que estén a su cargo. Estas conclusiones, producto de la labor encomendada, fueran escritas en el libro La Violencia en Colombia. El resultado: censura y el olvido para el libro; señalamiento y estigmatización de los académicos;  y el doble castigo que recibió Monseñor Guzmán, excomunión por parte de la iglesia católica y exilo en México.

El paso del tiempo absolvió, al igual que ahora, a los investigadores y la academia reconoció su labor. Por eso, su libertad profesor Miguel Ángel es un alivio para quienes han desarrollado –vuelvo a incluirme- esta profesión, y muchas otras disciplinas humanas y sociales. Tranquiliza saber que estamos haciendo las cosas bien, que la elección profesional no fue equivocada, que no es malo investigar y muchos publicar nuestros resultados; pero sobre todo, que podemos (y debemos) opinar sobre nuestro país cuando lo hemos estudiado.

Las pruebas de la Fiscalia eran el borrador de una ponencia, correos de computadores antimisiles y una consignación por 50 dólares, que hasta donde conozco no sirven para mucho en México. Por su parte, el profesor Miguel Ángel tenia en su defensa todos los estudiantes (incluido yo) a quienes enseño  nuevas formas de acción política, incluyendo el ejercicio comprometido y veraz de realizar una disciplina histórica y académicamente constituida. Estudiantes que nunca citó la fiscalia o averiguo su paradero, pues si el profesor era sindicato de reclutador, ellos deberían ser, la principal evidencia del delito.

Ahora solo queda esperar que en el ejercicio propio de sus derechos el profesor -y la universidad- demanden al Estado –y por calumnia e injuria a los medios de comunicación que no usaron los verbos en forma potencial, o la palabra presunto, cuando se refirieron al profesor Miguel Ángel-  por los daños y perjuicios causados. Lastimosamente, el profe se ira del país para proteger su vida y la de su familia. Una mente más en la larga cuenta de cerebros formados por la universidad pública y fugados al exterior. Otro investigador que con la ilusión de retornar algo de los conocimientos que esa Nación le permitió adquirir, innegable responsabilidad que tenemos quienes pasamos por allí,  debe callarse por que las conclusiones de su labor cotidiana no dejan bien parado a muchos. Y eso en Colombia no es libertad de expresión (o del libre ejercicio de la profesión) sino terrorismo. 

Esta experiencia debe servir para muchas cosas. Entre las más importantes, para mí, la Universidad Nacional (especialmente la facultad de Ciencias Humanas, a la cual pertenece sociología) comience un debate que permita la creación del Departamento de Comunicación y Periodismo. No puede ser posible que los resultados de los investigaciones y el conocimiento que en las  aulas se construye, sea constantemente deslegitimado o definido como terrorista por los medios de comunicación, por el simple hecho de desconocer las formas en que se hace o se muestra dicho pensamiento.  

Recuerdo las primeras noticias en los principales medios del país, basadas únicamente en la información de la policía. Recuerdo también, que mencionaban a su padre como un líder revolucionario de los setenta, intentando establecer una conexión genética, que transmite el terrorismo por herencia, y que más bien se instala dentro del discurso de algo habrá hecho o por algo será, institucionalizado en nuestro país por los grandes medios.  Para una crónica nunca entrevistaron un testigo directo de su supuesta labor como reclutador de las FARC, sus estudiantes. Esto le hubiera permitido a lo comunicadores informar sobre las discusiones en torno a la teoría de la Estructuración de Giddens (sociólogo ingles asesor económico de Tony Blair) muy bien explicada por el profesor Beltrán o los talleres prácticos dónde se comparaban conceptos como Incertidumbre, Riesgo, Complejidad, Racionalidad Electiva, etc. de corrientes sociológicas encabezadas por señores de apellido Beck, Elster, entre otros.

Los periodista que lo entrevistaron (o atacaron para llamar las cosas por su verdadero nombre) a los pocos días de su secuestro en México y aquellos que el viernes estaban rojos de la ira por su libertad, demostraron una vez más la polarización de gran cantidad de la prensa y la necesidad de crear canales alternativos y plurales de información para el público general. Estas labores deben ser asumidas por las Universidades Públicas, pues desde la misma academia, es necesario generar comunicadores y medios críticos, o por lo menos, profesionales responsables que revisen pruebas, contrasten fuentes antes de emitir una opinión en nombre de todos los colombianos. La Universidad Nacional  debe esa labor a todos aquellos pensadores que durante los años de existencia de sus Facultades de Ciencias Humanas y Sociales han sido estigmatizados por los estandartes modernos de la democracia, por el cuarto poder, por los medios de comunicación. 

El profe Miguel Ángel Beltrán es un ejemplo de vida dedicado a la academia.  Su formación continua, le permitió llegar al departamento de sociología en una época de recambio docente y generacional; fortaleció la formación de profesionales con su experiencia y dialogo práctico, en momentos donde la reforma multiplico el número de egresados. El paso por su materia significo un importante análisis de teoría contemporánea: complementario a la lectura en profundidad de un autor, la comparación y lectura de otros,  amplio el horizonte de autores y corrientes sociológicas contemporáneos.  También fue un ejemplo para muchos amigos, me incluyo, que decidieron seguir con la vida academia como opción de vida; es un ejemplo en todo sentido. Desde este pequeño espacio de opinión celebro más que nunca su libertad, por sobre todo la de su palabra.

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